Héctor “Arenero” López dejó su huella en la historia de Atlético. Llegó a comienzos de los 2000 desde UTA y se ganó su lugar en el equipo con trabajo y sacrificio. Fue protagonista de innumerables batallas en el Argentino A y estuvo en aquella inolvidable final frente a Racing de Córdoba que selló el regreso del “Decano” a la B Nacional, en 2008. Lo que nunca imaginó fue que esa tarde de gloria sería también la última vez que jugaría en el Monumental José Fierro.

- ¿Por qué te dicen “Arenero”?

- El apodo viene de la primera nota que me hicieron, justamente en LA GACETA. Me acuerdo de mi amigo, que en paz descanse, el periodista Juan Carlos Álvarez. Él me bautizó “Arenero” porque le contaba que me había criado con mi abuelo y que lo ayudaba: había que cargar arena, cargar arena… y bueno, en esa primera nota, cuando llegué a Atlético, me puso ese apodo y quedó hasta el día de hoy.

-¿Cómo era ese trabajo?

- Cada uno tenía que llevar su pala y su zaranda. Como no teníamos la tela especial, usábamos pedazos de sábanas viejas para zarandear la arena. Después había que cargarla en un camión. Era un trabajo duro, pero había que hacerlo para llevar el pan a casa.

- ¿Cómo fue el cambio de jugar en UTA a Atlético?

- Ese salto me cambió la vida. Todo se dio porque Atlético, que estaba en la B Nacional y tenía a Carlos Trullet como técnico, jugó un amistoso con UTA. Nosotros veníamos de una prueba en Central Córdoba de Rosario, en la que no quedé. Después jugamos otro amistoso en Lince y ahí me llamaron para empezar a entrenar en Atlético.

-Empezaste a jugar a los 20 años en Atlético. Ya eras grande...

-Sí. Por eso, cuando volví de Rosario, pensé que no iba a tener la chance de jugar en un club. Ya debutaba gente mucho más joven, y yo pensaba que el tope eran los 20 años. Por suerte tuve la oportunidad en Atlético.

-Sobreviviste a muchas limpiezas de plantel y procesos. ¿Qué técnico fue el que más te marcó en Atlético?

-Pasé por muchísimos técnicos, pero el que más me marcó fue Trullet. Él me cambió la vida, me hizo ver las cosas de otra manera, me ayudó mucho y me hizo debutar en el Nacional B como titular. Todo eso pasó porque no llegaba el transfer de Darío Cabrol, y Trullet me puso de titular. Obviamente, cuando llegaron los papeles, Cabrol volvió y yo fui al banco. Pero ese debut no me lo olvido jamás.

-Andrés Rebottaro te comparaba con un velocista. ¿Ese era el punto fuerte de tu juego?

-Él me decía que no tenía que ser futbolista, sino maratonista, por la resistencia física que tenía. El profe se sorprendía. Me acuerdo que yo salía adelante y mis compañeros venían muy atrás. Incluso me daban un cronómetro aparte porque me insultaban, ja, ja. Pero ese trabajo físico era para mí, y tenía que hacerlo lo mejor posible.

-A ese Atlético le costó mucho lograr el ascenso a la B Nacional. ¿Cuál fue el momento más difícil de procesar?

-Nos dolió mucho perder la final con Racing de Córdoba. Fueron distintos procesos, de distintas maneras… A veces clasificábamos primeros y quedábamos afuera en la primera ronda de los playoffs. Pero lo más doloroso fue esa final con Racing, con Rebottaro como técnico. La mayoría del plantel era tucumano: (Julio Fernando) “Gaucho” Robles, Marcelo Zerrizuela, Fabián Lazarte, (Luis Miguel) “Pulga” Rodríguez, (Edgardo) “Mudo” Galíndez, (Víctor) “Popo” Taberna. Con todos ellos salimos campeones del Clausura, pero perdimos esa final. Fueron años en los que no entendíamos qué pasaba ni encontrábamos la forma de ascender.

-¿Qué hizo Jorge Solari para romper con esa situación?

-El “Indio” también tuvo un proceso largo. En la primera etapa tampoco se logró el ascenso, pero nos marcó mucho en lo físico y en lo futbolístico. En las dos cosas pasábamos por encima de todos los rivales. Muchas veces, en el segundo tiempo, los equipos no podían levantar las piernas. Llegamos así al último partido, otra vez contra Racing de Córdoba, pero con un fútbol extraordinario. En el Argentino A había que correr y también jugar bien. Esa final fue durísima. Allá perdíamos 2-0 y, gracias a Dios, pudimos descontar, porque ya estábamos para el cachetazo. Ellos podrían habernos hecho el tercero, el cuarto… nos perdonaron. Y después terminaron pidiendo la hora.

-¿Sentís que hay mucha diferencia entre el actual Federal A y el de antes?

-Sí, sí. Muchísima. Hoy todos tienen contrato. Antes no era así. Hasta lo futbolístico cambió, cambió la forma en que se manejan los clubes. Hoy si no te pagan, vas a Agremiados y tarde o temprano lo cobrás. Nosotros ni eso podíamos hacer.

-Muchos de ustedes llegaban en moto a entrenar. ¿Cómo era eso?

-Me acuerdo de un accidente con “Popo” Taberna. “Tito” nos decía que tuviéramos cuidado, pero era la única forma de movernos. Por ahí te pagaban un remis, pero al mes no cobrabas. A veces escondíamos las motos antes de llegar al club. Hoy firmás un contrato y cobrás todos los meses.

-¿Qué recordás del día del ascenso y de los festejos?

-El último penal me tocaba patearlo a mí. Habíamos arrancado mal la serie: (Héctor Carlos) “Yaya” Álvarez había errado. Me cayeron las lágrimas porque pensé: “Otra vez lo mismo”. Pero Lucas (Ischuk) atajó el penal decisivo. Lo vi que salió corriendo con la pelota, y yo ya estaba listo para patear, pero él me hacía señas de que quería hacerlo. Lo miré al Indio y él nos dejó decidir. Lucas lo pateó y lo hizo. Después estaban todos tomando champán en el vestuario y yo colgado del alambrado. No me quería ir más. Fue algo inolvidable.

-Después vino la pretemporada para la B Nacional y tuviste una discusión con la dirigencia. ¿Qué pasó con Leito?

-Habíamos arreglado que, si ascendíamos, íbamos a cobrar todo el mes de junio más el premio. Eso lo habíamos hablado con Hugo Bermúdez, que era el gerente. Pero después, en una reunión con Mario Leito y varios chicos más, se decidió que los que teníamos contrato íbamos a cobrar, pero los demás no. Entonces le dije a Mario: “Siempre los del club somos los que pagamos los platos rotos”. Se enojó, empezó a hablar solo. Quise hablar con Bermúdez y Leito apareció impidiéndomelo. Me dio la plata como si le estuviera pidiendo un favor. Me hizo sentir un muerto de hambre.

-¿Te dolió irte así de Atlético?

-Muchísimo. Porque no era la manera. Leito me dijo, como una amenaza, que mientras él fuera presidente yo no iba a jugar nunca más en Atlético. Yo lo tomé como que me trató de muerto de hambre. Y sí, necesitaba la plata, pero no era la forma. Me corrió como a un perro. Me dijo que no volviera más. Y así fue. Me fui a préstamo a Central Córdoba de Santiago.

-¿Te quedaste con la espina de no haber logrado el ascenso a Primera con Atlético?

-Sí. Porque yo ya estaba entrenando para la B Nacional, venía con confianza y el técnico era el (Héctor) “Chulo” Rivoira, que tenía un historial de ascensos. Me dolió porque estaba en ese proceso, y sabía lo que podía darle al equipo. Él también lo sabía, peleó por mí. Me llamaba, me decía que me quedara tranquilo, que al otro día me presentara a entrenar. Pero no se dio.

-Tiempo después jugaste en San Martín. ¿Cómo lo tomó el hincha de Atlético?

-Uno es profesional, y San Martín me dio la posibilidad de jugar. Sé que a mucha gente le dolió. Era la prueba de fuego: pasar al eterno rival. Yo también tenía esa presión. Por suerte, venía con confianza y me fue bien. Jugaba para demostrarle a todos, pero sobre todo para demostrarme a mí.

-¿Volviste a Atlético alguna vez?

-No. Me dan ganas, pero no. Me duele la forma en que me fui. Muchos me preguntan si voy a la cancha, y la verdad es que no volví al club. Me trae buenos recuerdos, pero también malos. Y todo fue por una sola persona. No fue porque no rendí, ni porque un técnico me bajó el pulgar, ni porque la gente me insultara. Yo logré lo que tanto soñaba: dejar a Atlético en lo más alto. Pero me fui así, y eso no me lo olvido.